Cuando mi barca llegue...
Cuando mi barca llegue a su Occidente
si no he sido barrido por el rayo
o mis células fagocitadas por sus hermanas locas
quisiera compartir mi gastado equipaje.
Quiero que mis pupilas vean, en otros ojos
otros amaneceres, otros remansos.
Que la luz, a otra vista negada,
invada e inunde de miradas
otros horizontes y otros mares.
Deseo que mi corazón se bata en otro pecho amigo
y se diga sorprendido: “Eso, ya antes lo he vivido.”
Y que vuelva a latir y a sentir por duplicado,
envuelto en celofán de otros deseos,
y pueda volver a amar y a ser amado.
Y después de compartir lo que precisen, el resto:
piel, huesos, músculo y carne
junto al laberinto del cerebro
- mezcla de sentidos y recuerdos
plagado de preguntas y respuestas -;
todo, que lo conviertan en nívea ceniza y arrojadla a la mar,
que, cual velero, navegará de azul... eternamente.
Pero si antes, por azar o por destino,
la mar celosa para sí reclamara a su amigo fiel y enamorado
quiero que sepas que a la mar he descendido
y me llevo conmigo el equipaje.
Mis pupilas contemplaran en su acuario
un corazón retenido por una mar solícita y amante.
La monda y pulida calavera será refugio de peces y corales.
Cederé mi cuerpo a las estrellas
que se bañan alegres las noches de verano.
Y mis vísceras serán el alimento
del lugar donde el ciclo de la vida dio comienzo.
Mas, nadie se va mientras le piense alguien.
Cuando lo precises, regresaré desde la mar,
ya transformado en espuma
a golpear las puertas de tu playa.
Volveremos a leer estos poemas,
aunque sólo tu voz hable por ambos.
Y al pasear de nuevo por la playa
verás mi nombre, por invisible dedo dibujado,
allí en la arena,
justo en el lugar en que nos amamos.
Mi sonrisa será esa marea
en la que te bañas las noches de verano
y tan sólo con desearlo,
estaremos juntos, aunque ya no esté a tu lado.
Cuando mi barca llegue a su Occidente,
navegaré por el azul
eternamente.