Evandro Valladares

LOS PUEBLOS

 

LOS PUEBLOS

La plaza amanece vestida de ausencia.

Es otro domingo cargado de tedios.

El tañido del bronce, temprano anuncia,

que es día sagrado, que es día de Dios.

 

La fuente central, de cascadas hermosas,

muy pronto bosteza y comienza a llorar.

Los años que lleva , han visto mil cosas,

que el agua, en lágrimas , logro trasmutar.

 

Ya luego en las piedras, resuena la prisa,

de señoras devotas camino al altar.

Piadosas y serias oirán la misa

y a Dios sus pecados pedirán perdonar.

 

En la entrada a la iglesia,

un beodo locuaz, su cuerpo reclina.

Su adición indómita y necia,

sus cinco sentidos domina.

 

Pidiendo limosna, pálida y descarnada,

 a cuestas, más el pesar, que los años,

una mujer de facies consternada,

hace evidente, de la vida, los daños.

 

Mas tarde, todo el pueblo ha despertado.

De vestido dominguero y con deseos de comprar,

van llegando las parejas, a merodear el mercado

y a ver que cosas, a su casa han de llevar.

 

La plaza se engalana, en todos sus costados,

van rodeándolo parejas , muy tomadas del meñique,

son los jóvenes del pueblo, que lucen enamorados

y  en sus corazones sienten del amor, el repique.

 

En el amplio parque, de acogedora sombra,

los mas adultos se suelen reunir.

Cada uno con propiedad se nombra,

de siempre y con agrado han sabido convivir.

 

Pronto el sol ya se entrega  al poniente.

 Los árboles quietos acogen las aves.

 El ritual del domingo abandona la gente,

y los faroles se inician, con destellos suaves.

 

El viejo reloj que preside la plaza,

testigo mudo de cosas pasadas,

su agudo tic-tac rítmico enlaza,

avisando el final de las diurnas jornadas.

 

Domina en las casas la luz de las velas.

La humeante comida ya se está por servir,

se acomoda vistosa en lustrosas cazuelas,

solo esperan el té, que termine de hervir.

 

Esa es la vida de corte ancestral,

que la gran ciudad no puede gozar.

La gente buena de actitud fraternal,

ya solo en los pueblos, se puede encontrar.