Se levanta su mirada inquieta,
profunda y atiborrada de misterio,
vuela cual ave en la temprana aurora,
presurosa cruza por entre el cristal frío
del amplio ventanal de sus moribundos párpados.
Como dardo sin tregua
escapa entre el moho y el vapor,
suntuosa se eleva hasta el lecho oscuro
y se viste de una minúscula porción
del sedoso traje bordado de astros.
En ese tramo lejano,
en ese escenario infinito,
la mirada inquieta, profunda,
atiborrada de misterio,
lentamente se estremece abdicando de si,
y surge entonces su humanidad plena,
se desdobla, se desborda,
se desmorona, se rompe, se deshace.
Convulsionan sus miedos y fracasos
suicidándose en la oscuridad,
su maraña de ideas se remuerde,
se hace polvo ligero
que escapa entre sus huesos blanquecinos.
El lecho oscuro donde reposan sus pies
se dilata,
su cuerpo anónimo se tambalea,
vibra, se estremece
y se desgarra su voz
arrinconando los silencios.
Las agujas clavadas en su piel reseca
van cayendo en lento balanceo,
reventando los pesados candados
de las puertas transparentes
que cerraban sus oxidados resquicios.
Mueren sus límites
en ese abismo tan lleno de vacíos,
y se convierte en una esfinge lucida
desnuda, liviana, húmeda, sin máscaras.
Desde su útero en éxtasis
cubierto de densas cicatrices
y manchado por el tiempo,
emerge un corazón resplandeciente,
que rompe el escenario sombrío
en coloridas hebras movedizas.
Por: Ana María Delgado Pérez
Pasto/Nariño/Colombia.
25 septiembre de 2016