Agotada, cansada me llevaba la vida
sentirme a veces desfallecer
y enferma más nunca de fe
tendida sobre mi cama
esa noche te encontré.
Mis ojos cerrados,
esa noche la luz
invadió mi habitación y al ver
el ángel en mi presencia
a mi ser llegó un gozo
y mi cuerpo tembló
sabía que algo bueno
a mi ser iba a suceder.
Solo me pediste mi mano
para darme vida, nuevo ser,
en mi palma dejaste tu luz por ahí correr
viajando por todo mi cuerpo energía recorrer
fuerte y suave a la vez, me sentí otro ser.
Fué un espacio de cristal entre tú y yo
sentí vibrar, decir una oración
y al voltear solo había un lugar
un mundo entre los dos.
Fuí sanada al amanecer, solo sabía que
me llenaste de vida, paz y alimentaste y nutriste mi ser,
desde entonces jamás te alejaste de mi
y en mi alma y mi ser dejaste a un siervo nacer
eres tú mi Dios de amor y nunca me haz dicho adios.
TESTIMONIO DE 1996
Rosa Maria Reeder
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