Ya no recuerdo cuanto se ha movido el tiempo, desde aquella noche turbia y fría, donde tu alma y la mía, cumplían con su travesía, cada una tan distinta, cada una remendada por su propias acciones, separadas a cada palabra, cada paso, cada pensamiento, ayudadas por el mutuo acuerdo y concebida por nosotros en ese momento; por tu sed de libertad y mi ansioso tormento, el cual haciéndonos extraños disentidos divididos en dos, toman cada uno sus caminos; sin un adiós, ni un hasta luego, menos un hasta pronto solo un sonido distante de un cristal desquebrajándose a lo lejos, un dolor visceral ajeno al discrepante sujeto ya muerto; aunque erguido todavía esperaba en su caída, un alivianado te quiero, para hacer más leve el derrumbamiento; pero esa palabra nunca la dijeron. Por esa calle inundada de sollozantes lamentos míos, los cuales caían incesantes; cual lluvia de noviembre, ahogando mi cariño y mi intento de tenerte, niña de cabello castaño y luceros color negro, luceros que se desvanecían en la cuneta de aquel callejón venéreo, que ahora recuerdo con resentimiento y más que nada desaliento.
Caminante errante, cual anima pesarosa camino por las calles del centro, con un paquete de cigarros, una botella de ron improvisto y una que otra sustancia que no recuerdo, la cuidad es un tanto tibia a pesar de sus desdichas e incontinencia del firmamento, esa que cae como puñaladas al pecho, clavándose, recordándome el hecho cometido por los pasos de dicho trecho; la lluvia se vuelve un poco más escandalosa y entre sombrillas y cueros veo tu rostro, como un pañuelo viejo, con nostalgia y desencanto; persuadiéndome en cada brusco movimiento , siguiéndome en cada silueta desdibujada por el aguacero , tu presencia en sombras nublan mi existencia en cada tropiezo con anden, perro, policía y espejo.
No sé si después de nuestro rompimiento estarás en duelo o en consuelo por algún mal patriota con acento extranjero, me preocupa la inagotable idea de morir sin siquiera darte un solo beso, pero en estos momentos, me pulveriza más el desconcierto de escucharte decir a otro hombre él te quiero que tanto ha estado esperando este pecho, marcado por el desdén de tu desamor y el desconsuelo de tu despecho; en esta acera maldita donde lo dijiste, yace difunto, un hombre que con todas sus ansias esperaba tan especulada palabra de aliento, una vez más; Te quiero.