Calculaba enérgicamente
divinamente crujía y resoplaba,
si algo aturdía su funcionamiento
moriría también las branquias de la vida,
ella era el caudal abizcochado del aire,
el fluir y el cemento de la sangre,
la conducta ahuevada del pensamiento
y los pecados eréctiles de la humanidad,
el amor se le aferraba como un parásito,
el bien casposo se empuñaba a sus crines,
el mal canilludo se aprisionaba a sus arrecifes,
los cielos se ennegrecían ante su ausencia,
las playas indigentes clamaban por sus venenos,
los arboles pardos querían ser decapitados
por ese fascista y omnívoro artefacto
por ese destructor y pervertido eminente;
todo dependía de la suerte de un botón,
el monto pollerudo de las herencias,
el relumbre porcino de los apellidos,
las tramoyas minerales de la ciencia,
los acompases laxantes de la música,
el carrusel imberbe de la alegría,
las erosiones gramaticales de la tristeza,
las banderas florales de los abejorros,
los escorpiones glaciares del aguardiente,
los escotes fétidos de la industria,
los esqueletos esteparios del placer,
los romances estrictos de los sacerdotes,
el acueducto enclenque de los adulterios,
la precisión dental de los relojes,
los armonías bronceadas de las canteras,
los puertos y su avidez de brazos
las haciendas y su sed de látigos y capataces,
los trenes desesperados por suministros,
las ametralladoras ansiosas por matar;
los tiranos querían aumentar otro país
a sus búnkeres tapizados de mapas,
nada, nada, nada podía fallar
el destino y la conquista del universo
corrían peligro y peligro,
de la máquina dependían las guerras;
la maquina era su amado cáncer,
la maquina era su Dios.
JOHN WIILMER