Esta es la historia de un niño llamado Risneldo. Era un niño de apenas ocho años que había tomado la costumbre de contar todo.
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El juego más divertido de Risneldo era contar los autos que pasaran frente a su casa clasificándolos en colores. Ciento sesenta y siete amarillos, doscientos tres blancos, noventa grises, ciento veinte azules, eran los curiosos resultados de sus inventarios al final del día.
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Contaba las nubes, los árboles, las casas y hasta las estrellas. Cada día la suma de sus elementos era más difícil y la rapidez con que lograba hacerlas era más asombrosa.
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El padre de Risneldo era pescador, por lo que él niño había aprendido desde muy pequeño a nadar y a perderle el miedo al mar. A su corta edad era capaz de enfrentar los peligros marinos subido en su bote. Su padre le había regalado uno, donde embarcaba a veces y emprendía sus viajes divertidos a contar todo lo que pudiera contar en sus cortas travesías.
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Contaba los peces, los cangrejos, las estrellas de mar, las olas y hasta las algas marinas. Su mente era una calculadora que con mucha habilidad sumaba y recordaba cada cifra con mucha facilidad.
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Esa tarde en su viaje por el mar,Risneldo decidió contar las pintas de colores de los peces. Era un trabajo difícil, pues los peces se movían con mucha rapidez y era laborioso saber a cuáles ya les había contado sus pintas.
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Risneldo regresó a casa bastante tarde, era ya entrada la noche cuando decidió volver. Contar pintas de peces de colores no es una tarea fácil, además crea un cansancio visual y una fatiga mental que quita las ganas de todo. A Risneldo incluso le quitó hasta las ganas de contar estrellas, pues el cielo estaba atestado de ellas esa noche de su regreso y ni siquiera levantó su vista al cielo para intentar contarlas, cosa que le hubiese resultado más fácil, pues las estrellas no se mueven con la misma rapidez con que lo hacen los peces a los que les contó sus pintas de colores.
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Dos mil seiscientas treinta y nueve, repetía en silencio, como para no olvidar la cifra que había logrado en su laboriosa tarea de ese día.
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Al llegar a su casa cansado, Risneldo decidió dar por terminada su tarea de contar cosas.
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Hay cosas que no necesitan ser contadas, se decía para sí mismo. Además saber la cifra exacta de ellas no aporta nada a nadie. ¿A quién pudiera importarles cuántas pintas de colores tienen los peces del mar? Creo que ni a ellos mismos, fue su propia respuesta.
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Desde aquel día Risneldo dejó de contar cosas, lo único que quería contar y que no podría dejar de hacerlo, era contar un cuento donde contaría la historia de un niño que le gustaba contar todo. Y eso era lo último que quería contar.
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Y lo hizo, este es el cuento que él mismo nos contó.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela