Arrodillado ante tu puerta alzo la mirada al cielo,
para pedirle a Dios que me de las fuerzas para entrar en ti
y decirte cuanto te amo que no puedo vivir si tu no estas,
que mi alma esta hecha pedazos, que mi sangre se debilita
y mis ojos se enceguésen por no poderte ver.
Que mi corazón se pierde en mi cuerpo
buscando un lugar donde poder descansar,
para aliviar las heridas que marcadas quedaron,
por el dolor y aquel puñal que viene clavado
en mi pecho y mis lagrimás de amor que se van
derramando en la arída tierra, que sedienta de mi agua,
se fue alejando mientras tu te reías saltando en los campos
marchitando las flores, que lucían y se embriagaban por mi amor.
Cual amor inocente, que nació bajo y ante la mirada de Dios.
Mi rostro se refleja ante tu puerta,
el brillo del barniz opaca mis ojos, mis piernas se agotan,
cansadas mientras escucho tu reír y la burla que se enreda
en mi devíl cuerpo, como una serpiente que clava sus dientes
en mi carne, depositando su veneno, para verme
enloquecer por ti.