Quién va por allí, oscilando
febril, en plena alborada
corporal.
Un hombre viene llorando
en toda su furia hablada
ese mal.
Oíd al triste poeta;
¡cómo lanza sentimientos
al silbido!
Y empuñando su saeta
atraviesa sus lamentos
al sonido.
Del soplo de mi existencia
no encuentro en mi ser amor:
nada queda.
Mas cribando en mi conciencia
hallo marchita una flor:
mi Alameda.
Cae el cabestro a las bocas.
Así será humano; aún
tan siniestro.
Y entre las bandadas locas
de imploros, sufrirán un
padrenuestro.
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David John Morales Arriola