Si el mal que huyó con tus memorias cual ladrón vacía una casa, arrepentido de tomar tu vida acaso, vuelve a pedirle tregua al corazón, éste, morada siempre joven del sublime amor materno, seguramente le diría que nada hay que devolver, porque mi niñez aún visita tu patio y se perfuman de nardos los más inocentes recuerdos de mi infancia. Si aquél sigiloso ratero de la mente con su carga no pudiera más y a tu puerta llamara otra vez, dile que puede estar tranquilo, que tu casa sigue llena. Permítele pasar, esta vez nada hay que se pueda llevar.
Llévalo por tu jardín, que nos vea a tus nietos jugando a ser grandes como tus hijos. Que pase por tu sala para que lo deslumbre aquél perfecto ejemplo de pulcritud. Luego invítale un café a la mesa de tu cocina; hazle olvidar sus penas en el calor de tus historias más amenas. Después de un descanso en el tenderete de tu suelo, llévalo al patio, que sea cómplice de las travesuras de tus nietos; que le pegue a la piñata en la fiesta de mi hermana. Abre el cuarto de tiliches para que se fascine con tantas cosas de antaño. Por último, a la sombra de aquel viejo aguacate, deja que rompa en llanto al ver la maravillosa vida que sin piedad asaltó. Ese llanto será la catarsis que aligere su carga. Así, cuando retomar su jornada deba, despídelo por la ventana hasta que doble la esquina.
Aquel ladrón de recuerdos volverá a las andadas, memorias ausentes cargarán otra vez su espalda y vagará penando en vidas ajenas. Pero cuando a su patrona cuentas tenga que rendir, mirando su huesudo rostro podrá decirle que con Pola todo está bien, y que todavía por las noches me viene a besar la frente. Porque su recuerdo permanece indeleble en la memoria de mi corazón.