No comprendía muy bien a mi salida de las cuevas subterráneas de San José en el día del turismo, la reunión en la ciudad proactiva y educadora que estaba teniendo lugar.
Un enjambre de niños y niñas cerca de los bares y las tiendas se encontraban en un rincón donde había una cueva cerrada con una puerta.
Y delante de esa puerta, se encontraban unos hombres en estado de felicidad, con sus rostros llenos de una humanidad benevolente que me aterraba.
Mostraban la prehistoria a un ruidoso enjambre de niños y niñas delante de una cueva con una puerta.
Me di cuenta de que había salido de la cueva, y que me hallaba bajo el cielo en el centro de cultura rodeado de tiendas y de bisutería. Esos hombres que decían pertenecer a la cueva cerrada, mostraban sus sílex, sus raspadores, y hacían sus rituales.
Entonces mi voz dijo entre el enjambre haciendo que volaran a mi alrededor todas las moscas :
sacrificar a un niño.
Y fui expulsado de los hombres de la cultura.
Más antes hablé en la plaza de la cultura, cerca de los bares y las tiendas, ante un enjambre de niños y los hombre del saber.
Estas fueron mis palabras antes de ser nuevamente excluido con huesos, raspadores y puntas de sílex:
” la cueva se ha cerrado para siempre, por mucho que algunos toquen el timbal y la flauta esperando que se abra.
La cueva se ha cerrado para siempre, por mucho que nos cause asombro ver como un hombre enciende fuego con dos palos para ambientar al turismo.
La cueva se ha cerrado para siempre con el descubrimiento de la humanidad.
Una humanidad moral y decente es la mayor afirmación al odio del hombre.
Es una humanidad vigilante la del hombre que nos rodea.
Una humanidad excentricamente económica la que ha salido de la cueva, y que reflexiona sobre si misma examinando al hombre, a la vez que le exhorta hasta los límites más absurdos y tiránicos que se cuide de si mismo.
Finalmente nos encontramos ante una humanidad más bien inhumana.
Y ahora me voy a la cueva, y se que ninguno de vosotros me va a seguir.
Angelillo de Uixó.