Nos atañe un estrecho, mar contoneándose tempestuoso,
el Levante se ha metido, hasta en tus ropas y en tu mente de héroe adormecido.
Nos impele a la espera para poder sortear la mar, la casa a lontananza de mi vergel y mi endecha.
Para esperar que el viento cambie, cuento los susurros de tu espalda, los colores de la nada de un animal que no existe.
Algeciras enmudece sin prisa con el temporal, el viento furibundo trae los ases de una tierra de ultramar. Mar salada, mar inquieta, mar que no pudo amar.
ROGERVAN RUBATTINO ©
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