Esta mañana me acerqué al olivo de la infancia
aquel que nos daba cobijo cada tarde de verano
seguía vivo el tocón aledaño que asiento nos
daba cuando el cansancio rayaba en desmayo.
Acudíamos entonces a nuestros cuentos de
siempre aquellos que polvorean en las antiguas
alacenas piel con piel, cara con cara leíamos
hasta el relente hasta que las letras desaparecían
de emoción llenas.
Recuerdo el día del primer poema, era de Becquer
si mi mente no me traiciona, son ya veinte años
los pasados, son veinte primaveras que sin querer
se me viene la tarde de la Rima XXIX que leí en tu
regazo.
Recuerdo el silencio atronador, tu rizo negro
acariciándome el rostro, volé a los infiernos
dantescos al conjuro de tu aroma.
La emoción brotó en el último verso, tus ojos y los
míos uno.
Tus labios y los míos uno, todo lo demás inexistente.
En ese preciso instante comprendimos
que todo un poema, toda una vida, todo un instante
puede caber en un solo verso.