Vamos, dilúyelo y sácalo por tus poros grano por grano, siente como el infierno se sale de ti desde tu pecho pasando por las esquinas y por la grietas de tu techo. Derrítelo y haz que corra por tus piernas hasta bañar las plantas de tus pies y poder aplastarlo, donde puedas mostrarlo, dañarlo tal como hizo contigo, tómalo por la cola que sobre sale de tu ombligo, sácalo y hazle saber que no quieres ser más su amigo. Mátalo, asesínalo, de la manera más despiadada que se te pueda ocurrir que el solo sabe negar la existencia de alguien para poder vivir y tu hasta ahora solo has respirado de un tubo para poder sobrevivir, mientras él se hacía más grande y no te dejaba sentir. Destrúyelo, destrúyelo en miles de pedazos, minúsculos, invisibles, recuerda su cara temible cuando te hacía sentir cada vez más inservible. Viértelo en un envase en donde no entre luz alguna, siente la delicadeza de su cuello romperse, mientras lo sumerges en la laguna oscura en donde tu reflejo no puede verse. Corta el tallo, corta las hojas marchitas, vive la sensación en tu cuerpo mientras grita, casi te excita por la grandiosa sinfonía que precede a su desaparición y empieces a escuchar los latidos de tu propio corazón.