Todas las mañana leo el mismo cartel:
“Vendo piso, ochenta metros cuadrados, para vivir”
como si necesitáramos tantos metros
para tomar aire,
coger impulso
o decir un te quiero,
sin embargo queda en mi memoria
otro texto:
soy donante de corazón todavía capaz de amar,
sin necesidad de metros
pero con necesidad de un cuerpo,
sin preguntarnos cuando nos decimos adiós
cuanto todavía,
no hemos sido capaces de decir: Hola,
sin cuestionar que no es, lo que te haya dicho
sino lo que no he hecho
o dejado de decir.
Vendo piso para vivir,
y yo quiero vivir, aún sin piso,
sin suelo,
sin tierra,
sin nada
con las historias de amor encerradas en ochenta metros,
con las tristezas dibujadas en esas paredes blancas.
Vendo para vivir, piso
con ochenta escaloncitos que lleguen hasta el alma.