Su belleza ya es opacada
por el tiempo, por el miedo,
su llanto es la música
que se escucha en el hogar
cada día, cada mañana,
cada vez que él está,
y el silencio y las mentiras
son las únicas vecinas,
y el temor y el silencio
y el llanto...
y él llega y se acerca,
borracho, como siempre,
y el sonido de una mano
contra la mejilla
es el beso de bienvenida.