Araceli Vellber

El coche de mi vida.

Tuvimos que instalar semáforos en los pasillos,

colocar una señal de STOP en la puerta de entrada

y alguna dirección prohibida en las habitaciones,

al final la casa se convirtió intransitable,

sobre todo cuando sonaba el claxon de noche,

era subir las persianas

y ese pellizquito de aire era vida

este vendaval es presagio de una niebla mortecina.

Eramos un perfecto manual de circulación vial,

pero sin saber utilizar los frenos

y aprendimos a conducir sin luces,

nuestros cinturones de seguridad, eran los abrazos

y ya me dijeron más de tres veces

que tu compañía no me convenía

y yo, lo negué como más de cien,

no pretendía ponerle barrotes al corazón,

no quiero, no,

no me gustan los pájaros en sus jaulas

y de las jaulas me gustan aquellas

que no tienen puerta.

Dejaremos los semáforos en ámbar.