El oficio de escritor, cruz pesada donde las haya.
Las musas me tuercen la mirada cuando las invoco.
Recurro a todas las pócimas, a todos los gigantes
cuyos hombros me sirven de atalaya para ver más
lejos.
Consigo romper por fin el silencio del fondo blanco
pero insatisfecho vuelvo a la orilla de la nada.
De nuevo me aventuro en un verso que se agarra
a la pared uterina pugnando vida. Prospera.
Avanzo con el segundo que nadando a favor
coge viento y se adentra en el piélago de la Gaya
Ciencia con éxito.
Parece que he cogido veta cual surco ferroviario
que me lleva a buena estación.
Coloco alegre el punto y final en la cuarta estrofa
como mandan los cánones del soneto.
Cierro mi cartapacio.
Doy por finalizado (por hoy) mi empeño en mantener
la llama encendida. Llama de los dioses que Prometeo
me entrega cada noche.