A partir de estos instantes dejaré de pensar en trascendencia
alguna que obnubile mi conciencia de ser
hombre común que esta aquí
sin razón distinta de vivir como la gente
bajo el único imperio emocional
del que no tiene un compromiso firmado
con el destino,
ni con un perfecto yo de un mañana inexistente,
ni con el esquivo valor moral establecido
por la temporalidad cultural de esta gris época.
A partir de hoy intentaré comprometerme
sólo con la vida que se respira en cada instante
sin que se aten a su efímero disfrute
cadenas mohosas ancladas en porvenir
de valores e ilusiones sospechosas.
Dejaré por fin de preocuparme por lo que dirán de mi
mis descendientes, mis escasos amigos,
mis paisanos,
como si hubiera pactado con mi lengua
y con mi diestra,
compromisos de ser gran cosa,
o al menos a ellos mismos igualado.
Tendré que acostumbrarme a estas ideas,
de que no tengo escriturado mi futuro
sino con el deber de responder con mi costumbre
de ser del montón, como cualquiera,
así el insensato arribista,
que se juzga él mismo en mi pellejo
con mi ejemplo
me señale de vano, de mediocre,
de fracasado, de infeliz Don rebaño,
Don nadie, Don bacano.
Pero por ser de este talante peregrino
no dejaré, claro que no,
que nadie manipule
mi conciencia con campañas masivas
y alusivas al buen vivir, al efímero éxito,
al reconocimiento social,
esas, derramadas al inexistente “Ser promedio”
a través de esos mensajes de gotas torrenciales,
con la avidez demencial del consumo
que corroe tanto inocente cerebro elemental
que no percibe ni el origen de sus males.