Mi felicidad no depende del amor del mundo
ni del ágape de las mujeres.
Depende mi vida entera del amor de Cristo;
de su manantial de fuego,
de las caricias que al aire desvela.
Oh, si dejara de amarme ¿quién me hallaría?
¿quién podría desnucar mi insulsez?
¡Ay de mí sin su amor!
Mejor es no nacer, no existir, no vivir.
La soledad no sería de la gloria satisfecha
ni de tanta poesía.