Cuando la noche desborde
sus pasiones florales,
de piedras afiladas,
pañuelos negros y
quejidos profundos,
yo dormiré con la alegría
del pan y con las
melancolías de los
corazones abandonados.
Que nadie interrumpa
la paz de las lágrimas.
Yo siempre pienso con
la actitud de un sacristán
que toca el campanario y
que luego huye por el pueblo,
como un viento furioso,
para encontrarse con el final
del sonido y del tiempo.
Mis manos están siempre
llenas del polvo de los caminos,
de abejas rojas,
de cuernos mañosos y
de cirios en penumbra.
He salido de un bosque
violento con todas las
palabras mojadas y
trayendo un escándalo
de pájaros pegado a mi
triste ropaje de labriego
sin tierra.
¿Puede alguien decirme
qué hora es?