Voy a robar tu calle,
la calle, aquella calle,
ya sabes, esa calle,
la que pisamos juntos,
la que tiene marcada
una cruz en forma de victoria.
La traeré a pedazos,
o a empujones,
a dentelladas de sueños;
me la echaré de a poco
en los bolsillos de la camisa,
esa camisa, ya sabes,
la de rayas azules
y ojos largos,
la que aún tiene pegada
la nostalgia de la noche.
Me robaré la hora
de todos los relojes
de la ciudad; la hora,
esa hora, aquella hora
de nosotros, nuestra hora,
ese instante que paralizamos
para subirnos a él,
y recorrerlo de atrás
hacia delante, y viceversa.
De las paredes y las calles,
desprenderé tu sombra,
con todo y desvelos,
desnuda de hierbas
y esquinas oscuras,
para pegarla con mi sombra,
también desnuda,
y vestirla de ti, de tu perfume,
de tu aroma a bienvenida.
Quitaré de los almanaques
esos días, que a pedacitos,
armamos con besos
y adornamos de abrazos,
callados y breves por fuera,
rugiendo y quemando por dentro.
Secuestraré la habitación entera,
la que nos vio desnudos,
marineros de los cuerpos
que entre olas escapaban,
que hacían una tempestad
de versos para sentir su amor,
que dejaron en las páginas de un libro
una ida sin adioses,
y un retorno que esperar.
Te pediré para traerme,
un poco de tus labios,
unas migajas de tu piel,
la silueta de tus senos,
un montón de tus miradas,
unos cuantos cabellos,
un racimo de tu voz,
un manojo de caricias,
unos sístoles y diástoles,
y ese sabor a mar nocturno,
ese sabor a vida de tu sexo.
Todo, todo lo devolveré
cuando volvamos a vernos.