En tu sonrisa amanece un árbol de manzanas,
una invitación a libar sus frutos,
a redimirlos de la cárcel de sus rabillos,
a remojar las tostadas en el café, bajo su negra sombra
(entre los hilos de su serpenteante humillo).
Se detiene la mañana en la primer parada
y el adiós de la alborada se aplaza
para la florescencia condescendida.
Se abre una ventana
por donde te puede ver
el céntrico y más radiante filamento astral
y desde la médula del cosmos se prende de ti,
se atreve a incursionar tu lucidez.
Quiere abducirte,
con su escritura cuneiforme;
elevarte en su infinita altura.