Todas las noches ella me visitaba,
la podía sentir.
Ella me acariciaba,
y yo era feliz.
Su gélida mano por mi rostro pasaba,
y sus pálidos labios me mostraban su hermosa sonrisa,
aunque algo había cambiado…
Yo la recibía siempre,
“Recuéstate a mi lado”, le decía,
pero ella, con una simple sonrisa, siempre se negaba.
Cuando la luz de la luna entraba por mi ventana,
ella se veía blanca y fría como la nieve,
pero su mirada seguía siendo dulce y hermosa,
sin embargo, algo había cambiado…
La miraba y mi corazón se estremecía,
me alegraba y entristecía al mismo tiempo,
“¿Qué me pasa?”, a mí mismo me decía,
“ Ella aún te ama”, pero a la vez yo le temía…
Me inspiraban sus visitas,
pero debían terminar,
pues diez años después de su funeral,
yo solo ansiaba ver la noche llegar…
Diego Alberto Araya Rodríguez. 12/10/2016