La casa de mi madre es tan pequeña que apenas cabe ella allí,
su corazón que trasciende al mio por la sangre de su sangre,
por el cáliz de su victoria, por sus trópicos gastados a fuerza de ser madre;
se esconde de mí. Qué ganas de hallarle me han dado. Qué pequeña es su casa,
que apenas asoma un zaguán.
¡Qué falta le haría un palacio, si ella está llena de amor, seducida por mí!
Me lo ha confesado: “¡hijo, te amo más que a tu padre!”.
Y me deja extasiado de ella, sediento de sus ojos.
¡Qué falta le haría la luz, a sus múltiples tactos engendrados
en un atisbo solar!
Amorosa innumerable. ¡Cuántas veces forjaste un beso, en el yunque
coloidal de tu tristeza!
Trasteando al gallo de mi inocencia hasta cantar tres veces.
Madre, ¿a dónde dejaste la vara de tus juicios, y el látigo que azotaba la tierra con tu ira santa?
Tú que viste mi pupilas cerrándose de a pocos. Tú que me viste de perfil mi desnudez aquella noche de junio.
¡Vuelve pronto!. Que aunque tu casa es pequeña, hay en ti inmensidad, y no he podido dar contigo.
Madre, ¡qué falta te haría la muerte…!
¡Oh, inmortal…!
Derechos reservados de autor
David John Morales Arriola