Afuera desnudas almas solitarias,
vagabundas entre recuerdos,
dulce y triste nostalgia en mi memoria,
caminan heridas entre el dolor y la nada
bajo las tenues luces que lloran
y apagan lo que en mi corazón se nubla.
Es la noche mi corazón; son las luces tus ojos.
Ecos de ausencia en el cielo
dejan ver el llanto que navega buscando
en tu voz lo que desiste en mi silencio.
Oigo caer las notas que abaten mi costado
como balas en una guerra perdida
en la que yo muero, muero y sólo muero
por no haber luchado.
Sólo me protege el filo ardiente,
tempestad profunda a veces ignorada,
de esta pluma que dibuja mis penas
en una hoja reflejo de lo inefable
jamás urdido por mi boca.
Es extraño tanto amor sentido, incomprendido,
que no quiere ser escuchado.
Rara vez noté cómo el viento
te arrancaba de mí y te llevaba lejos, lejos,
donde el olvido en su lecho adormece
e impaciente espera.
Rara vez te vi yacer en la distancia
y pensé que no me quedaban ni corazón
ni alas para alzar el vuelo ante un nuevo escrito,
ante una nueva palabra de ti nacida.
Sólo fueron un instante en el que mi alma dormía.
Y desperté en mi noche con insomnio.
Creo vivir en el eterno insomnio de pensarte,
de sentirte, de verte, de soñarte.
Pero vuelvo a la realidad en la que desnudas
almas solitarias caminan sin rumbo,
dulces y tristes de recuerdos por donde
ya no fluye la sangre.
Sólo se escucha la noche, y en la noche,
el silencio.