Como estas tierras iluminadas
hoy por un fulgente sol que me vela,
tus ojos fueron más allá de donde
nunca me hubiera atrevido a pensar
que tanto sentía,
un lugar donde algunos sienten amor,
donde otros no sienten nada,
donde yo sólo siento que muero.
Allí es donde mi voz tiembla al pensarte,
donde creo tener un sueño,
un sueño utópico imposible de cumplir
porque jamás podré tenerte,
tenerte libre en la libertad de mis brazos.
Ha pasado ya tanto tiempo desde
aquel instante en el que me di cuenta
de que la ilusión mía al levantarme
era sólo la ilusión por volver a verte,
que el reloj se rindió en la lucha
por seguir contando
y ahora soy yo quien cuenta cada instante,
cada momento que no te encuentro.
Perderme en tu poética presencia
formaba sólo un fragmento más
en cada verso de mi vida.
Era vida cada palabra escrita,
cada palabra tuya,
cada palabra surgida por miradas
ansiosas de leer tu cuerpo,
de leer tu perfecto relato
sin perderme ni una sola parte
del argumento.
Era indescriptible aquel silencio
en el que sumergía y ahogaba mis palabras
para envolverme de nuevo en tu melodía,
para volver a oírte decir mi nombre
notando cómo una sonrisa se urdía
entre mis labios
y en mi semblante una luz tan dulce
como dulce era el espejo del que nacía.
Pero ahora la luz se desvanece.
Tras tanto dolor y tanta tristeza,
tras tanta escucha y tanta espera,
hoy sólo llevo en mi pañuelo un adiós
y en el corazón las lágrimas de tu herida.