En un desierto en invierno me encuentro,
vagando sin brújula sin orientación alguna.
Tengo fría el alma y el cuerpo,
mi corazón se escucha lento,
como un tambor llorándole a la danza.
Es gris el cielo, nubes y arena en torno a mí,
el viento grita, pero nadie lo escucha.
Algún insecto me ve extrañado al verme demacrado,
carcomido por dentro, con la sonrisa rota,
y las lagrimas rodando.
Camino y camino, pero no veo ningún destino,
sólo veo nada y cada grano de arena
me hace saber una razón por la qué estar perdido.
La mayoría de esos granos llevan tu apellido,
pues eres la razón de qué viva así, fallecido.
La sed de mi espíritu es perturbadora,
pues no encuentro más qué recuerdos de ti.
Solo llegue aquí, sin necesidad, ni interés de nadie.
Fui tonto al pensar qué causaría algún sentimiento en ti,
hoy qué estoy perdido sé qué nada te falta de mí.
Después de caminatas largas, espejismos se apiadan de mi pesar,
me muestran un manantial dónde contigo puedo nadar,
no estás presente, pero mi mente te añora tanto
qué tu silueta brilla como nunca lo hizo.
Me hundo en el agua tomado a tu cintura,
esperando no perder la cordura,
ni a la luna qué contenta con su luz nos ilumina.
Tus besos quitan la sed, pero poco a poco me ahogan.
Despierto al alba, con lo intenso del sol,
qué reclama su arena, que yo invado con pena.
No hay sombra que me proteja creo volveré a morir,
en este desolado desierto, mar reseco.
Llego de granos que juntos siguen gritando las razones,
por las que no te tengo y volveré a morir por no tener tu amor,
ni las partículas de tu cuerpo, qué tanta falta me hacen en este desierto….