Había resultado la guerra más sangrienta:
todo hombre terminaría para ser muerto
en el desahogo de tanta venganza sedienta
calcinando hasta el final almas y cuerpos.
Surgió belleza de entre medio de la nada,
una mujer desconocida en aquella batalla:
su gran alma dejó brillante luz irradiada
con un corazón tan puro que daba la talla.
Mientras negra sangre se mezclaba oscura
con la tierra que apersonaba en esa pelea,
la mujer se puso a cantar como reina pura
el amor más celestial que todo ser desea.
Entre los guerreros, había joven luchador:
él sintió su pecho tocado con dulce cántico
siéndole imposible evitar recibir ese calor
que la voz femenina despertó tan mágico.
Advirtió ella que el juvenil soldado señaló
a su cabeza y su pecho con ambas manos
como señal de que esta guerra lo obligó
queriendo olvidar tanto rencor mundano.
El muchacho con su arma fue hasta ella
convencido de que su presencia lo curaría
con toda la bondad ofertada sin querella
para desaparecer la faena que lo sometía.
Perdida una bala a su corazón lo atravesó,
nació de la herida un manto rojo de beldad,
su cuerpo en sangrada esperanza se bañó
pues la sonrisa de ella le acercaba felicidad.
El joven terminó tendido al suelo sin vida,
la mujer sus alas escondidas desenfundó.
La esencia guerrera del joven consumida
levantó vuelo, con ese ángel que lo visitó.
Desde aquel funesto día, la guerra finalizó,
la humanidad fue destruida como resultado.
Hacia los cielos un emisario volvía y tomó,
para regresar a Dios, su ángel mas preciado.