Jose Maria Gentile

Siesta

Huelo tu sudor, me atrae;

repto hasta vos con mis pensamientos,

mis entrañas

se arrastran desde mi alcoba, los acompañan,

como boas se deslizan mis neuronas,

y desorbitados se iluminan mis ojos

que provoca el caudal sanguíneo de mis antojos.

 

Busco sin descansos:  

tus flancos sudorozos por pasiones aplazadas,

Subo lento,

convirtiéndome en siervo de tu nostalgia,

con astucia trato las caricias que aceptan tu piel,

y me sorprendés devolviéndome la magia:

 la leve sonrisa con dulzor de miel.

 

Me aprietan el cuerpo tus besos,

que imagino, aunque desde lejos

 se incorpora el oleaje a la escena, y el ritmo 

del velero que penetra la marejada del encuentro

-enfurecimiento de crestas espumosas

que se entregan sin titubeos y furiosas,

corcobeando hacia el cielo ascienden ardientes,

sumergiendo nuestros rostros que de amor se ahogan-

 

El placer florece en la humeda arenisca,

 en tu grito marítimo de lejana gaviota,

contorneandote con mis alas que extiendes

 y al volar,

mi silencio tan imbécil se transforma

con mi locura que entiende que ya es la hora

de gritar, aún con varonil aroma

lo que me pasa por vos por dentro al amar.

 

Huelo tu sudor, me atrae,

deliro que estás cerca cuando estás tan lejos,

insomne, esperanzado por tu amor que llevo

en las serpientes que trasladan las mil palabras

que trato de escribir en tu piel ardiente.

Durmiente,

descubro mi cuerpo de arenas recubierto

sábanas de siesta calcinante,

minutos donde fuiste la verdad mas tierna

y tu silueta que aún en mi espacio tiembla.

Despierto,

mi cuerpo impregnado de vos y de mí

un rato al sol en el que estuviste aquí

 y creí, que otra vez fui feliz.