Disiento profundamente del que se reviste
de dominio por acudir diariamente al mismo
sitio para cumplir con el sueldo que le da
pábulo.
La Costumbre es una emperadora con tal poder
que confunde en posesión sobre el asiento
que frecuenta pensándose prioritario
sobre el que le avecina solo por llevar más tiempo.
La Costumbre le empodera de tal manera que
se esparce en relajo sobre su pesebre que
,aunque discurre en él más tiempo que en casa
en algunos casos, se convierte en hogar, de hogar
pasa a propiedad privada y de ahí a erigirse con
derecho en dirimidor de su destino, cuando todo
lo que le rodea pertenece a una Santísima Trinidad
invisible que habita un olimpo desde el que ,como
avión que conforta de pitanza a niños hambrientos
tras guerras injustas, le acerca al susodicho una
ración cual perro de Pavlov.