Un ritual de velas encendidas con olor a sándalo, Son tantos candelabros dorados que sus aposentos parecen la nave central de una iglesia, solo qué su fina estampa de diosa desafía cualquier cofradía de los inciensos. En las noches la reina acude a sus aposentos después de largas jornadas en el castillo; su séquito guarda militar postura cuando desciende a sus habitaciones, debajo del dragón de oro un hueco hecho con precisión milimétrica; es el cómplice perfecto para las miradas. Eleonor Muscatine, les fascina pasearse desnuda mientras le preparan un baño caliente, lentamente Lausín Kumis arrastra su mano para deslizar el dragón de oro que cede ante la precisión de un ojo que la observa cada noche. Detrás de la puerta una mujer de magnificas formas, senos bien delineados como encajes de un cuerpo precioso; sobre las espaldas caen sus cabellos rubios que llegan hasta sus fuertes caderas. Cada noche son los mismos rituales, después del despojo de sus atuendos la reina se transforma en libertina; por escasos momentos deja que los hombres la deseen mientras respira hondo entre copas de vino y mayor hechizo del sándalo; pícaramente sonríe mientras entra a su tina de oro para darse una ducha caliente de cuarenta minutos. Algunas veces toca piezas de Wagner, mientras desparrama su desnudez en la sutil mirada de los deseos, siempre es lo mismo con la complicidad de la noche, la luna es apenas una caricia sobre las sábanas persas de encajes de camellos voladores. En la mañana abre su puerta con regia postura. No existen miradas cómplices mientras el león dorado oculta su verdad en el agujero, los súbditos volverán a escoger en un sorteo al afortunado que observara a la dueña del reino. Eleonor Muscatine altiva sube al carruaje mientras de soslayo busca al dragón dorado que esconde el agujero por donde los hombres esclavos del trono pueden observar las gráciles formas de la mujer que bajó de su olimpo de opresiones.