En el pueblo conocí
a un hombre
sumamente extraño.
En días malos solía
dejarse la barba,
crecer el pelo, las uñas
y caminar andrajoso
por las calles.
Su ideal fue granjearse
del mundo la
triste compasión
para el pan.
Nunca hizo nada pero
murió solitario y
en plena mugre.
Condenados han de ser los
pueblos que en
tiempos amargos,
en lugar de altruismo,
coraje y empeño,
mansos y sumisos
se acobardan.
Construir, levantarse y
luchar deben surgir
siempre del mismo polvo
y de la imprevista derrota.
No hay ser tan mísero
como aquel que en la
hora aciaga detenido es
por el miedo y
la nefasta amenaza.