Unamos nuestras manos, Helvia,
y miremos sosegadamente
el suave pasar del tiempo;
y con dulce parsimonia
recordemos que el destino
una vez nos fue bendecido
con nuestro inocente amor eterno.
Amémonos y olvidados de todo
no suframos por nada en absoluto,
pues si se apaga nuestra débil llama
mis versos serán imperecederos.
Así, cuando me alcance la noche
volveré a tu memoria sin dolor,
sin quemarte o despertarte;
y cuando entregues el óbolo
al lóbrego y oscuro barquero,
dormirás en el seno de Adonis,
con sus frágiles rosas que mueren
el mismo día en que nacen;
que viven una luz eterna
y como tú, se recuerdan
con silenciosa belleza.