Cayó la brasa con
remordimiento absurdo.
Sobre el lomo de un
camaleón trepó el
torbellino hasta las alturas
de los aguaceros.
En la abundancia del mar
estaba la esperanza de
hombres aquejados por
ostras desfallecidas
y acachadas.
Todo vino a acaecer
académicamente en el
pensamiento de la
frágil acacia.
Con un acallamiento
acalorado y sutil,
las hojas del acanto
durmieron en regias
columnas de espalda a
la vieja historia griega.
Pero el abusón no tuvo
compasión del pueblo.
Los aburguesados
aprovecharon vino y
sonrieron mientras la
gleba apabullada
pasaba bajo puentes
mirando nubes pesadas,
bandadas de buitres y
el eviscerado aire de un
invierno mortal
y putrefacto.