Adrian Labansat

LOS AMANTES

Se turba la ternura y llora bajo las escaleras de un hotel, sostiene un paraguas comprado en invierno. Se buscan  en las grietas de una habitación rentada, que tantas veces le había bastado a su pasión, las sábanas se enredan hasta tropezarlos en sus interminables abismos, ella es grito, él, quejido hasta el incendio de sus destinos; fue en un día azul del que nadie sabrá nada, cuando les comenzó a golpear la pasión en el crucero de las miradas. Los techos de la estación en mayo siempre se humedecen,  desde entonces se esperaban en la misma vieja estación, donde los trenes cómplices con sus rostros de ruido han ido envejeciendo.

 

Zaherido el amor se abriga en lo oscuro de torrentes inmensurables, en litorales de sábanas con olor a muchedumbre, sus cuerpos no tocarán el mar, naufragaran en las grietas hasta que muera su delirio a las siete y diez. Se envolverán en su piel de sábanas y culpa hasta sumergir su carne en angustiosa asfixia, en medio de risas y ríos, ahogados por el amor y la muerte. Ellos lo saben, no  verán el alba en la  orilla de las eternidades, su amor desde antes fue cubierto con los velos del día que se muere sin promesas, él buscaba en el mar una gaviota perdida que le animara al vuelo y le aligerara el peso de sus años, quedaron enredados en la niebla y yacen heridos entre espinas de las rosas que han caído al suelo,  sus pies descalzos presienten el látigo de la sangre correr por los pasillos dejando sus huellas rojas, las mentiras iluminan los rincones donde una lámpara alumbra como testigo silencioso de sus palabras, él la sujeta de la cintura hasta atraparla con ese hilo tibio que sujeta el invierno y su historia que se escribe sobre besos desterrados que golpean gastadas sillas, gastadas puertas, noches con relojes que se hubieran querido detener. Desnuda, ese día se ha quedado inmóvil, sobre sus piernas,  mareas invisibles ahogan su orgullo. Su pelo humedecido recuerda las noches de la luna navegando sobre sus pechos de corriente inmóvil, pálida luz filtrándose por la ventana y confundiendo las luces de neón anunciando el amor de otras maneras. Él dice amor mío sin ningún derecho, ahí en sus labios no será  posible poseer nada,  sólo quedará un adiós enredado en sus lenguas, fabricando palabras impertinentes, saben que ese amor se naufragara para siempre y estarán en medio de la tristeza, hasta que desaparezcan sus nombres al doblar la esquina,  donde todo comienza y termina, se ha quedado a solas esa habitación que en realidad nunca espero a nadie, le han quedado huellas rojas sobre su alfombra, la cama, la silla, saben que no hay nadie, que nunca hubo nada, el silencio  les busca en las grietas, les busca por todas las tardes y  las horas, pero ya no arden las manecillas que marcan las siete y diez,  se han detenido para siempre, están lejos de todos esos  días, de las estaciones que estarán esperándolos; la lámpara, la silla, la cama pronto se acostumbrará abrazar otros cuerpos,  otras horas y días, ellos no volverán nunca, todo se acostumbrara a no esperar a nadie.