Melancólicas gotas funestas, golpean suavemente
las calles adoquinadas de esta mi Cuenca,
la Cuenca de los Cuencanos que perciben a su ciudad como un pueblo,
esa Cuenca de nosotros los que no somos dueños de nada.
Apacible cae el agua sobre Cuenca, el sol se oculto tras un manto negro
de nubes espesas , de rayos ásperos, truena y ruge el cielo,
mientras en los balcones, en las habitaciones, en los hoteles
y burdeles, se respira el aire de lo que antaño fueron días llenos de
amor, he ilución.
Se ha ocultado el sol espiga mía,
entre mis hojas y mis líneas es profuso encontrarte a tí.
Aunque el miedo y la torpeza, me obligue a esconderte sobre tapices
medulares de ceremonias nada latas, más allá ,
más lento, más profundo, aun así, tú, corazón
sin leerme, sabes auscultar tu presencia en cada rezo, en cada verso.
ahondando siempre mis entrañas, porque sabes lo
que nunca jamás se debió conocer.
Llueve sobre esta ciudad, de gente buena y trabajadora,
sobre las cabezas de aquellos que perdieron su vida en el licor,
llueve sobre las prostitutas que en las madrugadas pasean casi desnudas
por las esquinas de su nueva terminal,
y sobre aquellos que en el mercado de la nueve,
con tono poco educado, piden un dólar para ir a zoluquear.
Llueve sobre tus salones de plata, sobre tu universidad de invierno,
sobre los edificios lujosos de los abogados y los hospitales de los enfermos. Y
A través de mi ventana, miro como las hojas de los árboles se arrugan
y parecen marchitarse, dejando ver una hermosa mentira,
mientras espero sentado que cecé el fuego, con el sol,
y a la postre termines por leerme, sin ojos, con amor.
Cuenca, hermosa de fuentes y flores,
Cuenca ilustre de seda vestida,
Rebosante de vicios y de vida,
ojalá dejes de ver a tus hijos morir.
De: JESÚS CUERO