Cuando llegan los años
nos hacemos tristes,
nuestros ojos se empañan
igual que nuestra alma,
nos acompaña la melancolía
y las sombras umbrías,
no nos gusta el bullicio
que nos quebranta la calma.
La nieve que cubre la cabeza
es la nieve de los inviernos
que a cada paso se siente
más gélido mas frio.
los surcos que marcan
nuestro rostro,
son surcos de dolor profundo
que traspasan la piel
y en el corazón,
tanto se posesionan
que lo aprisionan,
haciendo salir lágrimas
del manantial en donde
se anidan las penas.
Cada surco lleva un estigma
de la labranza del camino,
cada surco una faena,
cada surco una pena,
cada surco una ausencia
de los que nos acompañaron
en el difícil sendero de la vida.
Aquellos que se nos adelantaron
a poblar las ciudades de la muerte
y los que divagan
como sombras del olvido.
los hijos se han desgranado
como suspiros que se evaporan
en el aire…
ellos no nos acompañan
con nuestros pasos lerdos.
Ya la juventud no vuelve
hacer presencia
en nuestra vida.
la pasión ha claudicado,
sólo nos quedan los achaques de la edad
y el espíritu envuelto en soledad.
Ya la primavera se fue
y nos queda un otoño eterno.
¡Juventud divino tesoro!
que te has quedado en una densa niebla
que te cobija y te lleva a los umbrales de lo inerte
para quedarte allí para siempre.
¡Ya no vuelves juventud hacer presencia
en este sórdido cuerpo!
Felina