Con miles de esperanzas celebran su llegada,
y dicen que les trae, la dulce redención,
pasaron tantos siglos, y la promesa dada
de paz y de justicia, se vuelve desazón.
Las casas se iluminan con luces muy radiantes,
le cantan sus hosannas, con fe, con gran ardor
el mira indiferente los rostros suplicantes,
cubiertos de tristezas, causantes de dolor.
Le llaman soberano, Señor de los Señores,
cayado de los pobres, farol de los caídos,
si fuera tan excelso, quitara los dolores
que sufren nuestros pueblos, de penas revestidos.
Pregonan sus creyentes su gran magnificencia,
su amor incuestionable, su gloria indiscutible;
mas veo en tantos niños las huellas de indigencia,
muriendo por las calles, con hambre tan terrible.
Aquellos que se dicen, del Cristo, sus prelados;
celebran su venida, con viandas y manjares;
en tanto, en casas pobres, hay seres olvidados
que no tienen la gracia del Dios de los altares.
Su nombre lo utilizan con fines lucrativos,
haciendo mil promesas de obsequios celestiales;
y miro los corderos, incautos y pasivos,
sufriendo de este mundo, desgracias terrenales.
Del alma no me sale, decir a todo mundo:
\"Que pasen muy felices en esta Navidad\"
Si observo la desgracia del triste vagabundo,
sin casa, sin dinero, sin pan, sin libertad.
Por eso mis miradas se elevan hasta el cielo,
buscando por las nubes, al Dios omnipresente,
y grito mis preguntas, con ese grande anhelo,
de aquel que ve injusticias, y llanto incontinente.
Encuentro de respuesta, tan solo gran mutismo,
del \"Rey\" que le celebran, glorioso nacimiento,
y miro prisioneros de fiero fanatismo,
a quienes han perdido la luz del. pensamiento.
Autor: Aníbal Rodríguez.