Y los libros que fabriqué con pena
Oscar Corbacho
He morado en mi madre
tantas veces.
En su silencio
sus ocasos
sus hábitos matutinos.
Su hambre de libertad
sobre las rosas.
A dos eternidades de sus alas
he vagado en su distancia hostil
sin poder hablarle.
Gritando madre
desde las víceras
ha dejado pendiente
nuestro tiempos.
He tomado su corazón pleno
para decirle que la amo.
He vaciado su nombre
-tantas veces-
buscando mi arcano,
pero ninguna se depone
ni se rinde.
Miramos los nudos del pañuelo
para que afloren los recuerdos dorados.
Me ha dado la enciclopedia de sus horas
y de su sangre tengo
el ímpetu insurrecto,
la medida exacta de los vaticinios
cuánto esperar,
cuándo ha sido vano
llorar por lo perdido.
Mi madre dice
todo se ha de cumplir.
Y, a no remar - por lo tanto-
que el corazón mira
lo que nos concierne
verdaderamente.
De mi padre,
ese viaje tranquilo.
Contemplación del mundo
que se inclina
a sus magias primigenias.
Padre sostiene en mi mirada
la búsqueda de todos los tesoros
del micénico
y las palabras de oro
del barroco.
-De un hombre del campo,
se heredan siempre
sueños y nostalgias-
Ambos, en conjuro fatal,
son las salvas de una guerra inminente,
el agua de los inciensos,
y el azul de la poesía
puesto en la órbita
de un corazón sensible y de llama alta
de lágrimas en el cuenco
a punto de caer
e inundar la calle.
Deberían anclarme
en su estrella
y antes que nada
crearme nuevamente
en los ojos de Prometeo.
Hay
una sandra
infinitamente sola
detrás de ese tiempo
donde cabe el sentido
y el amor
de fundarlos
eternamente.