En el tribunal del mar inmenso de tus ojos, sin levantar la mirada, leo el texto del pecado bajo el velo de una guerra, entre furiosas olas; intentando encarnar en mi alma, la doctrina de tus palabras para mis oídos, que son como una trampa envenenada, ante una hilera de desafíos propios.
Mi fe es credo, lengua ingenua de valentía, con mortales dosis de amor, ante una pugna por abrirse paso, de entre dos bocas que de verdad ya no encuentran reposo.
No sé por qué aferro mi amor en exceso a ti, si combato tratando de romper los eslabones de la intolerancia, queriendo detener el mundo y en todo momento sabiendo que en verdad, en ti no existo, es por eso que muchas veces dentro de mis temores interiores; quisiera cerrar mis ojos para ya no volver a despertar nunca.
Ayer, tomando los alrededores de tu cuerpo, ahora sin sentir entre mis dedos, el torrente ardiente de la sangre, siento la cruz de la vergüenza sobre mis brazos, cuando tímidamente se abran ante un sortilegio oscuro, que solo deja a merced de confusiones un destino que se vuelve piedra.
Aventando yo las llaves a través de las rejas de la prisión, para transitar sin titubeos y perderme dentro de tu nombre; siendo en las ilusiones de los gemidos, solamente allí todo tuyo.
Entonces, ¿repudiar, convenir o simplemente regresar a la carne para repetir?
Mi propio odio, a lo que permito e inevitablemente es sangría de flor en mi alma, porqué sé, está volviéndose más fuerte que el mismo amor a ti y que es al que obedezco.
Mis virtudes de que sirven, si confeso estoy entre muchas intrigas.
Aprendo en este paso, sin saber lo que escondes, aunque no necesito mucho saberlo.
Para tus finos labios soy furia callada y polvo de viento, después de que acechaste con tu lengua para leer los míos, en tanto por dentro mis dientes crujieron y mi garganta quedó preguntando el saber aunque sea por tu felina mirada.
Mi mente anegada, cobija la duda de tu existencia para mis otros días, o sucederá si eres verdad de milagro silencioso, el que hoy ardiente devora en mi alma, como un dolor de culpa, ese que finalmente me hará volver repatriado ante tu profunda belleza, tal si fuéramos flor de dos corolas, encarnación del beso de dos almas, inquietud de cuatro labios que como fichas de dominó unidas, a toda hora se juntan para volver a renacer y enloquecer…
Ante tan ansiadas prisas de nuestras almas.
Francisco Solano Castañeda.
Octubre 21 de 2016.