Mis manos las sacude una primavera,
en ellas, en sus surcos honrados
de sudores duros,
tu piel sembró humedad y realidad.
Por ellas, hijas mías, rondan abiertos,
brillantes racimos de besos,
redondos, claros, como naranjas,
olorosos y firmes como ojos.
Besos pródigos,
hermanos profundos,
de miradas extensas,
llenos de raíces, campanas, flores.
Canción de labios callados
que gritan sus abrazos;
intercambio de aliento,
voces que se esconden en el centro del silencio.
En los extremos de tu boca,
se abre mi boca a bendecir tu nombre,
en la soledad de mi pecho,
tu boca enciende lámparas.