Fila de embarque,
Aeropuerto de Barajas.
Muchachas latinas
“barajan” una mejor vida-
aunque el azar es
muchas veces “azaroso”
cada quien juega
con las cartas repartidas
y éstas son las suyas.
Ellas juegan al “Turista”,
“Quién esclavizó a la latina”,
o “Salvá de la miseria a tu gente”;
mientras la Madre Patria juega
a explotarlas o a repatriarlas
cuando ya no las necesita.
Ellas duermen encimadas,
atravesadas en la cama
con los pies sobre maletas,
cenan alguna galleta
y se hacen parientes del hambre
hasta que el trabajo las salve.
Sueñan con ollas y platos sucios,
trapeadores de piso
y esponjas para ancianos.
Algunas viven pesadillas
-sexo, droga y encierro-
el infierno de las ilegales.
En Barajas
se barajan sus vidas,
ya no tienen sueños.
La fila de embarque
las traga
apenas son descubiertas.
Se escuchan gritos,
llantos… histeria:
“¡dejenme!”
“¡no quiero volver!”,
\"¡Solo me fui un ratito!\"
“¡mi hijo está afuera!”.
Forcejeos,
se demora el vuelo,
los policías corren,
la represión comienza.
En los pasillos del avión
se brindan cátedras
de desconsuelo.
El pasaje enmudece
con escala en la impotencia.
El ganador frío y cruel
exhibe el as bajo la manga:
un pasaporte secuestrado.
Y nadie agradece
por los infrahumanos
servicios prestados.
La deportada
grita, chilla, patalea.
Su pequeño hijo
que la espera afuera…
que la espera afuera…