Darío Ernesto

Nacer camino a la muerte.

 

 

Precisamente  como el pimpollo ulteriormente que lo ha parido la rosa

Terso y bello se va  penando, se va muriendo

Pasa por caminos, pasajes de amor y plazas,

Para morir seco  abandonado en una tumba fría,

 jornada  por jornada se va marchitando, aroma  ello a muerte  discimulada.

Mas  los labios  de la virgen  no han de ponerle vida,

Ni por un millar de  besos, no le insuflara  vida.

¡ Oh la muerte es bella, de rojos pétalos!  

Asimismo  los  huesos    se van  descalcificando y acabando.

Aun suenan las guitarras de  Eduardo Falú ,

Aun  titilan los poemas de José Ángel Buesa, tiritan los ojos cubanos

Con su poema de la despedida.

Se fue  un prócer un  genio aun así, sea  un mártir, o un santo

Su recuerdo se va muriendo en cada poema.

Por donde estarás  amada mía,

Mi boca  ya no  recuerda

Aquel  gran amor eterno profesado  en  plazos,

debilitase  quebrándose en llanto , cara con cara  con la doncella 

Hasta la muerte, he de recordar la a ella.

se va muriendo,  pereciendo,

 se muere el níspero  después que el pájaro  deja su herida

Marchitos  están los viejos  nogales  tras centurias

Sin sombra de pie en las primaveras

Se van muriendo. Se van secando

Hasta el recuerdo  lleno de telarañas eternas

En  los  nichos se van muriendo.

Aun el bronce del epitafio,  ha perdido  e brillo

Las décadas lo fueron  opacando.

Matriz  que me alumbraste un día, vertiente roca madre

Te fuiste  muriendo,  tu huella rupestre

Dejaste la hierra del  indio  en cóncavos  pozos en rupestre pinturas

Pues  se seca el manantial un día

Pues  se fue muriendo,

Todo muere, en su sueño profundo cada dia.

La estrella infinita en milenios descansa  eternamente

Y su luz divina es  solo la muerte  que viaja distancias  infinitas

Aun  estamos  en vida  cargando en nuestros hombros, cada día la muerte.

Mueren los dientes  y mueren vesículas, riñones  y vejigas

Y seguimos vivos  en partes,  sin vida  órganos

 aun  así el corazón sigue latiendo  en  obediencia divina.

Placer  y agrado  producen las cuerdas vivas, el gozo  del alma

pues suena la leña  barnizada  danzando con la muerte  acicalada.

Y mueren los pájaros velozmente los que nacieron junto a nuestras infancias.

¿Quien ha dicho que una guitarra es un cadáver barnizado, heredera  de un árbol  perecido?

O acaso la silla de algarrobo  no es la muerte cálida  en los inviernos.

La muerte nos rodea, nos abriga, con lanas  de ovejas  extintas.

Cuantos  son los durmientes que  soportaban las vías, del viejo tren

De féretros  útiles  después de la siega.

Y los metales  y el oro,

Sacrificar la montaña, horadarla hasta  quedar socavada.

Muerte toda, lentamente  aun estando en vida.

Recuerda  aquella única hija del amor de su madre

Al regresar del trabajo la encontró  ahorcada, no es leyenda

Aun en vida la niña  poco a poco agonizaba,

Muere la voz, muere la mirada,

Finalmente se cree que ha muerto sino respira,

ahora en un cuerpo sin vida segundos ,  antes, fue un ser caminante lleno de esperanza.

Dando quejidos al cielo, se retuercen de dolor las vísceras.

antes de la muerte  certera.

sucumben los verdes valles sin  lluvia ,hasta  perecer en la hoguera.

Se muere el  verano  en  otoños  de olvido.

Vida infinita, naciendo  en terso perfume, cálidas manos. De bondad  inmerecida.

Muerte  putrefacta, vengativa, errante, vagabunda.

Sendas caras de una moneda

Verso y anverso

Adeptas eternas.

AUTOR: Darío Ernesto Muñoz  Sosa.