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Das el vértigo vertiginoso,
de la muerte adyacente,
-”Peligro”- dice la muerte,
y no se detiene un pobre cerebro impetuoso,
en la calle de tanto dolor,
en el cementerio donde su cuerpo yace,
son los pobres santos ángeles,
que dictan sacramentos,
misericordia infinita,
con una tos en frontera por voz,
que no encomia una ignominia,
putrefacta e indócil,
que llega a derribar lo vil,
de una tarde en ocaso,
cuando los santos ángeles,
vienen y van desde un nicho,
-”Vida”- dice la vida,
y se detiene en auxilios,
en socorros de la vida inerte,
cuando el presente se debate,
entre lo real y lo irreal,
de toda una vida malversada,
cuando arde el deseo,
de amar lo que se cree,
cuando se pelea lo que uno no tiene,
la vida, queda la vida,
en un destino sin pausa,
con la mism causa,
que la muerte,
en un cementerio donde los santos ángeles,
derriban toda cruel mentira,
y de vivir en un cielo pleno,
donde la vida,
la vida es primordial,
ante todo.
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