Mi respiración en la menor
se resigna a su perenne paso,
mi camino, mi visión,
mi curioso caso.
El fuego de dentro
nada por las mañanas,
no encuentra tormento,
nunca se queda sin ganas.
La lucidez de los espantos
de mirarse en el espejo
y encontrarse un poco menos
lejos, grave, ajeno.
La huelga de suspiros
y tácitas miradas
son los platos rotos,
la costura rota de la almohada.
De repente la soledad es todo,
nada descriptible,
quizá de cierto modo:
felicidad invisible.
Y las esquirlas de luz
que esperan en la calle,
y las arañas de tiempo,
y la oscuridad y la resaca.
El eclipsarse la sangre
y el líquido vital de esta mañana,
lo que pudiera comprar
con aquella mirada...