En lontananza un árbol, una encina, y en él,
varias ramas y en una rama una hoja, y de esta
dependía irónicamente su suerte, la vida.
Vio pasar veranos, otoños e inviernos y la hoja
fiel al árbol se mantenía.
En él se posaron todo tipo de parásitos, hierba mala
y la enredadera quiso asfixiar, y fiel la hoja al árbol se
mantenía.
Pero llegaron los vientos alisios con bríos nuevos y
epicúreo, y la hoja lozana y fuerte a otros lares fue
a parar y echar raíz.
Y aquella hoja que fue la razón porque vivir, fue también la
razón de su extinguir.
Sus raíces se fueron secando, su corteza en pedazos al
duro suelo caían, la yerba mala a su alrededor crecía,
y la enredadera silenciosamente, como todo aquello que
mata de verdad, lo fue a aniquilar.
Yace en el lugar de la encina, escombros, huella de una vida,
de un alma.