Avancé como la ventisca
que sopla en la montaña
donde mora el cóndor
señor de las tinieblas
en la sombra de la niebla.
Me lancé como el colibrí
con la fineza del roció
sobre las flores del estío.
Apresuré mi andar
como el río sin barrera
que con afán de llegar
no detiene su carrera.
Así avancé
buscando su piel
de pétalo y de porcelana.
Como la perdiz con su arrullo
en la alborada
y su silbido de la mañana.
Esperé al amanecer
que traía el alba desde oriente
para besar sus muslos
con la tibieza del Sol naciente.
Me arrimé con el impulso
de mil pájaros eróticos
con la suavidad
de sus picos de cristal.
Fui mas allá de la vida
y de lo extraño y llegué
suplicante
como un manso penitente.
Insistiendo persistente
como la aleta incansable
de un pez en el mar.
La acometí como el rayo
etéreo de la luz
que desnuda las sombras
con suave lentitud.
Igual que la tranquilidad de la marea
que no violenta al mar.
La invadí como un buzo antiguo
que busca perlas con paciencia
en otros mares
y en el de Omán también.
Los gorriones de su pasión
cayeron desde el cielo
y recién me detuvieron
sus suspiros extenuados.
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