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El mar de su ser.

La tormenta entre la marea de su mar fue exorbitante,
cada movimiento del cuerpo rompía el mar,
no importaba lo fuerte de la tempestad,
en el ímpetu de mi añoranza por calmarla,
 la tranquilidad llego vestida de frenesí,
que con arrebatos al alma rodamos por el fin.

En la vera de la locura nos desnudamos,
a base de versos espaciales y únicos,
con deseos más allá, más acá, fuera del universo,
en un lugar oculto, donde nacen los besos de las ninfas,
y de algunas mujeres, pero de ella nace el amor más perturbado,
amor maldito que me vuelve loco desde que buscamos lo oculto.

En las ficciones de la habitación navegamos entre la humedad,
sin protección alguna, más que el salvavidas de nuestro amor,
amor anclado a esta realidad, evitando caer en el caos de la demencia,
pues los demonios rondan por está vera que tanto nos complace,
sin límites al placer. Sin reglas planetarias ni nada singular,
todo entre ella y yo es plural, sin soledad más allá de la realidad.

La música de su voz era dirigida por el placer que le regalaba mi ser,
combinado con mi alma y  físico, mis extremidades se envolvían en su querer,
en la ambición de morir fragmentado en el orgasmo de su cuerpo,
que con alaridos y gemidos se creaba la sinfonía más gloriosa jamás escrita.
Cada gota de sudor era una gota arrancada al infinito  de sus labios.
Las voces y canciones exhaladas con desenfreno caían por mi cercanía
y eran inhaladas por mi boca perdida en el triangulo de su hermosura.

Su piel bañada en oro, iluminaba lo negro de mi alma,
parecía lo más divino algo así como un viejo libro bañado de dorado,
por lo vivido en el pasado de su olvido.
Cada poro fue un descubrimiento austral, legendario para mi memoria,
que nunca había presenciado una delicadeza tan fina y pura,
combinada con el sur tan desconocido, ahora era todo mío en sus defectos
perfectos. Locos todos sus recovecos querían ser descubiertos
por lo travieso y audaz de mis perdidos dedos.

Al final del día me quedo vagando a la orilla del mundo,
pensando en si volveré a sentir un orgasmo similar,
al que ella causo con su singular arder,
repleta de caricias perpetuas,
complejas, deseosas y perfectas.