mariano777
BOGOTANA¡¡¡¡¡¡¡
¡QUISE ENCONTRARTE BOGOTANA!
(pero no pude)
Esta cayendo el Sol del domingo en la tarde colombiana, Cundinamarca se pone en sombras, el copetón llena la jornada lerda y silenciosa con su clara canción y yo voy saliendo de la plaza de toros \"La Santamaria\" de Bogotá. Belleza y crueldad en un día de paso dobles, de corridos y de estridente clarín...y de la bota con el persistente chorro de vino.
Ahí empezo para mí la historia de esta borrachera.
Los carteles rojos y brillantes lucen ampulosos de colores con las últimas luces del día. El Niño de la Capea, Palomo Linares y Paco Camino exhiben en el afiche sus perfiles de mimbre quebrado.
Las brujas terribles que cuidan de los maleficios a los toreros están atentas a los malos augurios, a los gatos negros, a los curas con sotana y a las mujeres que acechan a los diestros.
Palomo a regalado un toro y es un día de gloria con cuatro vueltas al ruedo, las dos orejas y el rabo y las capelinas de las damas encendidas del Sol que se va yendo y flameando en el aura de la tarde como bellas aves de los cielos.
Me llamo Juan y soy argentino. Ajeno a la devoción de los toros llegué por curiosidad a la plaza y por eso de que \"adonde fueres haz lo que vieres\", segui en la inercia del momento, que era la del vino corrido.
Siga la fiesta brava de los tragos, siga con la bota en la plaza y despues en la tasca con mas vino tinto y con jamón de la serrania.
Y así siguío para mí la historia de esta borrachera.
Finalmente todos los bares son iguales, se olvidan capotes y toros, cualquier borracho es tan bueno como cualquier otro borracho y sigue la fiesta de las copas.
Ya bien entrada la noche únicamente quedan los mas ansiosos que cada vez son menos en el peregrinar alcohólico de bar en bar.
Yo seguía la caravana en esa recorrida del vino y por lugares de la ciudad que no conocía.
Perdido al final en la noche entre la confusión de tragos, de bares, y curdas me sorprendió el día sentado en un bar con una rubia desconocida tan borracha como yo. En mala hora.
La sombra se rasgaba...amanecía...Bogotá despertaba mimosa, cual despierta una amante al otro día.
Empezaron de maravillas las cosas entre la dama y yo; para celebrarlo emprendimos una nueva vuelta de copas en esa madrugada entre borrachos trágicos y solitarios náufragos sin buque hundido.
Yo le hablaba entusiasmado a la colombiana de playas de ensueño, de mares de ocho colores, de tesoros de piratas y de románticos amores con la Luna colgada de las palmeras, cada vez mas borracho, y de los hipocampos retozando en noche cálida de mar serena.
El cielo ya estaba azul y un alba deslumbrante enjoyaba las nubes vaporosas.
Enigmatica bogotana ¡Aparición entrañada!, bañada por la primera luz de la mañana parecías la diosa del misterio y del dolor.
Vagabas tras un sueño, un ideal...en tus ojos un Sol y en tu alma una loca ilusión.
Enigmática mujer, vaya saber porque reacción comenzó a entregarme billetes arrugados, que dentro de mi feroz borrachera, como lo mas natural del mundo los iba guardando con la misma facilidad que los recibía.
Así fue que en un momento, totamente borracho, en una de las veces que me levanté al baño, sin ningún tipo de aviesa intención, sin pensarlo, sin premeditación; al contrario de volver a la mesa me dirigí a la puerta y totalmente inconciente me subí al primer taxi que encontré.
De ninguna manera tengo noción de como me entendí con el taxista ni de como llegué.
Desperte por la tarde en la pensión que vivía, en el centro de Bogotá y me resultaba imposible recordar algo sobre la terrible ordalia alcohólica.
En todos mis bolsillos, como un corsario que lleva perlas a la reina, encontraba billetes de todos los valores y lentamente fui evocando los momentos tan oscuros en mi memoria...la borrachera...la extraña bogotana... la cantidad de plata ajena en mi bolsillo.
Nunca mas podria averiguar, despues de la laberíntica jornada donde estaba el bar o el barrio donde terminé involuntariamente la gira, levantandome vaya saber porqué refeja reacción de la mesa del boliche abandonando a la enigmatica rubia de un momento para el otro.
Me imaginaba a la mujer como una distribuidora que me había entregado toda la recaudación de la zona en un acto de inconciente decisión y que estaba en serias dificultades.
Quien era la misteriosa rubia, que suerte habría corrido.
Tuve mucha pena por mi compañera de aventura y de ocasión de la que ya sabía que jamás la volveria a ver.
Nunca podría encontrar el barrio, el lugar y menos el bar donde había abandonado a la mujer.
Aunque no fuera por mi voluntad me sentía sucio, traidor de la confianza de mi fugaz compañera.
Estaba triste porqué recordaba sus claros ojos enormes, redondos, y me imaginaba el tremendo desengaño de un alma solitaria que en un solo momento había percibido una luz de esperanza y que la esperanza poco le había durado.
Yo quería volver el tiempo atrás, no quería sentir la culpa que sentía, no quería haberla abandonado y sentí que la recordaba...que la recorbada demasiado...¡esos celestes ojos marinos girando!.
Me asomaba con cautela, con recelo y con vestigios de paranoia a la puerta de la pensión mirando hacía las esquinas y me imaginaba mafias que me vigilaban.
Después con el correr de los dias el tiempo fue borrando los trazos y fui olvidando mi miedo mezquino y me quedó para siempre el recuerdo de la rubia bogotana que me había dado el dinero para ir a enamorarnos juntos a una isla del Caribe.
Donde estaría mi misteriosa compañera me preguntaba con angustia y con una tremenda congoja.
Y qué sentido tuvo su último acto.
Porqué no considerarlo como una decisión de trágica belleza y deseperada esperanza de la colombiana que se quedó esperando esa mañana por un hombre que no volvío y que antes de marcharse le dijo poemas del amor, del mar, de las caracolas enamoradas de la Luna, de la tempestad y de las gaviotas blancas.
Ella le dio la plata para buscar una isla de amor, pero el se fue con la mañana y no regresó.
Quien puede decir algo, todo lo trajo el vino y el vino todo se lo llevo.
Ya nunca podria encontrarla. Ya nunca podria saber si estaba viva la extraña bogatana.
Ya nunca podría decirle que solo tal vez me estaba enamorando.
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